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domingo, 8 de junio de 2014

Hayedo de la Pedrosa en primavera.

El pasado otoño, allá por el puente de Todos los Santos, estuvimos por suerte del destino en el Hayedo de la Pedrosa para contemplar el lugar y sus colores. Hice entrada de aquella visita (unas semanas después) diciendo que volveríamos el siguiente otoño un día de mejor luz, ya que cuando estuvimos estaba bastante nublado. En cambio, hay que reconocer que no hemos aguantado hasta entonces y ya a finales de mayo volvimos al lugar, en esta ocasión para ver el hayedo y su entorno con los colores vivos de la primavera.



La visita al entorno del hayedo comenzó al inicio del valle, cuando paramos junto a la carretera cerca de Riofrío de Riaza. No íbamos sólo con la intención de estar en el hayedo, si no de intentar ver también flora y fauna. Mientras íbamos en el coche nos llamaron la atención  unas flores de color morado que crecían en pequeños grupos. Se trataba de la averja o veza silvestre (Vicia cracca subsp tenuifolia o V.tenuifolia), cuyas flores atraían a algún que otro insecto como este abejorro.



En ese mismo lugar, y debido a la proximidad del río Riaza, también observamos varias mariposas, las cuales en general estaban bastante inmóviles (imagino que por las bajas temperaturas de la mañana). Las que mejor se comportaron fueron la blanquiverdosa meridional (Euchloe crameri) y especialmente la primera doncella que veía en mi vida.

Blanquiverdosa meridional.

Se trataba de varias doncellas de ondas rojas (Euphydrias aurina). En general imaginaba de mayor tamaño a estas mariposas, pero eso no quita que sigan siendo igualemnte bonitas.


Doncella de ondas rojas.

Además, en una pared rosa por la que fluía el agua crecían otras plantas agarradas a la propia piedra, como es el caso de las fresas silvestres (Fragaria vesca) o en zonas de poco sustrato como las arenarias (Arenaria montana).

Fresas silvestres.
Arenaria.

Y desde ese mismo punto ya veíamos nuestro destino principal, como manchas de un verde intenso y en forma de V. Además, justo encima sobresalían varios picos como la Peña La Silla o el Pico del Granero.



Seguimos subiendo por la carretera, viendo más flores, el embalse de Riofrío, el melojar con hojas cada vez más pequeñas y blancuzcas según íbamos ganando altura y al fin el hayedo. Sin embargo, todo ello, incluso el hayedo, lo dejamos atrás.



Fuimos hasta el propio Puerto de la Quesera, desde donde sabíamos que tendríamos unas buenas panorámicas, como ya comprobamos en otoño. En aquella estación los colores amarillentos, ocres, anaranjados, rojizos y marrones gobernaban en el valle, diferenciándose muy bien el hayedo y el melojar debido a sus tonalidades. En primavera todo está más verdes, pero igualmente de un tono más apagado el melojar que el hayedo. Además, alrededor del bosque y desde la lejanía, el matorral daba una tonalidad marrón al conjunto.



Sin embargo, desde más cerca se comprobaba que el marrón no era tal, si no que era rosa debido a las flores de los brezos. En fin, no era piorno como llegué a pensar cuando estuve allí en otoño.
Había gran cantidad de estos brezos de flores rosas y otros de flores blancas, los cuales no supe identificar. Todo ello contrastaba en gran medida con el verde oscuro del pinar que se asienta en la vertiente sur.



Continuamos andando por esa zona, con la vertiente sur a nuestra derecha y la norte a la izquierda, con con mejores vistas de la primera. Se veía el valle de la Quesera, con amplias extensiones de pinares. Aunque era más impresionante ver nevado el pico del Lobo, cumbre más alta de la Sierra de Ayllón. Hay que recordar que fuimos a finales de mayo, de forma que creo que se trataba de una nevada tardía ya que los días previos la climatología fue adversa con una bajada notable de las temperaturas.



También nos fijábamos, como no podía ser de otra forma, en las flores y en los pajarillos. Entre las primeras se seguían viendo arenarias, mientras que de los segundos conseguí ver carboneros garrapinos, piquituertos comunes y un acentor común se posó y cantó ante nosotros durante largo rato.

Arenaria.
Acentor común.

El objeto de ese pequeño paseo no era otra que ver el hayedo de la Pedrosa desde lo alto, como así fue. Además, a la vez nos encontrábamos a los tres protagonistas del lugar: pino, brezo y haya. Además, se veía como pequeñas hayas iban saliendo del límite de la gran masa que forma el hayedo. Esperamos por su bien (y por el nuestro)) que un bosque tan especia como este en el Sistema Central se mantenga o incluso se extienda.



Después de la comida, al fin nos adentramos en el bosque. No voy a decir que es más bonito e impresionante que en otoño porque mentiría, pero sí es igualmente bonito e impresionante y merece ser visitado.



Sin embargo, aquí, en el "sur" parece que únicamente nos acordamos de los hayedos y de los bosques en general cuando empieza a llegar el frío y los árboles se desprenden de sus hojas. De esta forma, tuvimos la suerte de que aquel día de finales de mayo estuviéramos solos disfrutando de aquel maravilloso lugar, todo belleza, frescura y tranquilidad.



En realidad este hayedo ya lo "conocéis" de mi anterior visita, con su arroyo y aquel acebo de gran porte, las hayas de menor o mayor tamaño creciendo a lo largo de la pedregosa ladera, y aquel canchal tan impresionante en el centro. Por ello, prefiero dejaros unas cuantas fotografías tomadas en esta ocasión, y si queréis, las podéis comparar con las del otoño pinchando AQUÍ. Desde mi punto de vista la primavera también le sienta bien, ni mejor ni peor.








Y si en noviembre veíamos setas y frutos, ahora el turno era para las flores. Por ejemplo, unas blancas y pequeñas crecían junto al musgo, aunque no las he sabido identificar. O unas rositas de un arbusto, similares a las del madroño, pero en este caso de fruto de mejor sabor ya que se trata de las flores del arándano (Vaccinium myrtillus).


Arándano común.

También recorrimos el tramo del hayedo que es atravesado por la carretera, ya que allí sería más fácil observar algunas flores. Fue el caso de las violetas (Viola spp.), las estrellas (Stellaria holostea), entre otras. Además, encontramos plantas de fresa silvestre, pero aún sin flor.

Violeta
Estrella.


Aunque nosotros íbamos más por la búsqueda de aquellos serbales de los cazadores (Sorbus aucuparia) que nos deleitaron con su colorido y sus frutos en nuestra anterior visita. En cambio, en primavera no eran tan llamativos e incluso costaba verlos. Por suerte, algunos nos mostraban sus flores en diferentes estados, desde prácticamente capullos hasta algunas ya marchitas.

Serbal de los cazadores.
Flores del serbal de los cazadores.

Terminamos esta entrada con dos promesas que nos lleva al mismo punto. La primera es ver estos hayucos en crecimiento una vez abiertos allá por el otoño.

Hayucos.

Y la segunda, un poco más complicada, intentar ver las primeras nieves de la temporada en lo alto de los picos, también allá por el otoño.





lunes, 3 de marzo de 2014

Pueblos rojos de Riaza.

En la anterior entrada veíamos tres pueblos negros de Riaza: Becerril, Serracín y El Muyo. Aunque los tres pertenezcan a los pueblos negros y presenten los mismos patrones arquitectónicos se veían algunas diferencias entre sí, las cuales les otorgaba personalidad.
Pero donde de verdad se ve contraste es entre los pueblos negros situados a mayor altitud y los pueblos rojos de tierras más bajas. Esto se debe al uso de los diferentes materiales en la consturcción de los edificios: pizarras en los pueblos negros, arcillas y piedras con alto contenido en hierro en los pueblos rojos.



El primero de los pueblos rojos es Villacorta, de fácil acceso desde Riaza. Desde el momento en el que llegamos salta a la vista el porqué de su apelativo. Rojo, mucho más rojo de lo que uno cabría imaginar.



Aunque bien es cierto que muchas de sus fachadas, en especial las más modernas, están pintadas directamente de tonos rojizos o anaranjados, así como las calles que actualmente se encuentran asfaltadas.



Sin embargo, merece parar en aquellas más tradicionales, cuya piedra desnuda y rojiza confirió la apariencia tradicional al lugar. Aunque fijándonos bien, en algunas tampoco es difícil encontrar pizarra.



Junto a la Plaza Mayor no encontramos la iglesia de Santa Catalina, tal vez no tan llamativa como la del siguiente pueblo rojo, pero sí bastante más integrada con el resto de edificios.



En el otro pueblo rojo de la zona, Madriguera,  lo primero que llamaría nuestra atención sin ninguna duda es la iglesia de San Pedro Apostol, situada justo en su entrada. Destaca por su mayor tamaño respecto a las otras iglesias que nos hemos ido encontrando por el entorno, además de por su arquitectura.



En este pueblo las casas que iremos viendo son una mezla de antiguas construcciones con otras restauradas en los últimos años. Las casas restauradas por suerte han mantenido en mayor o menor grado la arquitectura del entorno, por lo que no  rompen con la armonía del conjunto.




Sin embargo, lo que le da ese toque especial a Madriguera son sus rincones y el conjunto de las calles y plazas, y no las casas individualmente. Cada lugar que vemos hace que paremos a admirarlo, luego caminaremos unos pasos y por el cambio del ángulo o al girar la cabeza apreciemos que el mismo lugar puede ser totalmente diferente.




Y lo mejor es que hay muchísimos rincones para ver detenidamente, sin ninguna prisa. Al fin y al cabo es uno de los núcleos urbános más grandes de la zona y de los mejor conservados.




Y aunque haya dicho que no sea para ver edificios individualmente...hubo uno que sí llamó nuestra atención: su fachada apenas está ocupada por la puerta, un ventanuco y la ventana del piso superior.



Espero que haya gustado este rincón de Castilla y León, con sus pueblos tan parecidos y a la vez tan diferentes entre sí, los cuales formán parte de los conocidos como Pueblos rojos y negros, en Riaza.
Hubo otros tres de la misma zona que no pudimos visitar: Alquité, Martín Muñoz de Ayllón y Negredo. Tal vez no sea justo con ellos, pero no nos daría tiempo a visitar todos en condiciones. Eso sí, habrá que volver en una nueva excursión para visitarlos.





lunes, 24 de febrero de 2014

Pueblos negros de Riaza.

Durante los últimos meses han ido apareciendo diferentes lugares de la provincia de Segovia en este blog: hayedo de la Pedrosa en Riofrío de Riaza, Sotosalbos, Turégano y Pedraza. Parecía que íbamos a terminar de momento con Segovia, pero un día cualquiera del invierno nos dio por organizar una excursión a Riaza, exactamente a los Pueblos rojos y negros. En fin, otra vez destino Segovia, espero que os guste y que no os canséis de esta provincia que tanto nos puede mostrar y tan variado.

Esta primera entrada la voy a dedicar a los tres pueblos negros que existen en la vertiente norte de la Sierra de Ayllón (Sistema Central), más desconocidos que los pueblos negros de la vertiente sur (en Guadalajara). Estos pueblos negros serán menos famosos, pero no por ello dejan de ser bellos, auténticos, realmente rurales. E incluso este desconocimiento general hace que las visitas a lo smismos sean todavía más placenteras y nos llevarán a épocas anteriores bien cerca de Madrid.

Rincón de El Muyo.

Los tres pueblos negros de la zona son Becerril, Serracín y El Muyo, y que sean conocidos así se lo deben al material principal utilizado en la construcción de sus casas: la pizarra. Sin embargo, tampoco es raro encontrar materiales utilizados en los pueblos rojos (a los cuales les dedicaré una entrada diferente).



Además, estas tres aldeas se encuentran a mayor altitud, de forma que son algo más fríos que los pueblos rojos que se encuentran abajo. Fuimos el día que había caído una ligera nevada, de forma que el blanco de la nieve contrastaba con el negro de la pizarra

Becerril.

El primero al que fuimos fue Becerril, en cuya entrada se encuentra la ermita de los Santos Mártires San Fabrián y San Sebastían. Y no es lo que esperaríamos ver de primeras en un pueblo negro, ya que los sillares rojos y la fachada encalada únicamente dejaban que la pizarra ocupara el tejado. Sin embargo, no por ello desmerece ni mucho menos su construcción.


Ermita de los Santos Mártires San Fabrián y San Sebastían.

Justo al lado existe un pequeño campo desde el que tendremos unas buenas panorámicas del pueblo con la sierra al fondo, nevada si vamos en invierno. Al norte se encuentran las tierras de Riaza y Ayllón.

Desde allí nos adentramos en la pequeña pedanía, con sus casas de pizarra, aunque también hay algunas de fachada más moderna o que incluso han adquirido la arquitectura de los pueblos rojos.



Merece, y mucho, pasear por su calles, muchas de ellas sin asfaltar, sin adoquinar o sin empedrar, simplemente es el propio suelo del lugar, al fin y al cabo, estamos en un pueblo serrano que se levanta sobre pizarra.



Pero guarda un pequeño tesoro, de esos que a mí me gustan mucho. Se trata de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción con su ábside semicircular y los canecillos bajo los aleros. Sin duda, es de origen románico (pero con modificaciones según trancurrían los siglos), construida por y para el pueblo y sin muchos detalles. Es sobria pero bonita. La pena del conjunto es tener dos casas justo en frente, por lo que la mejor forma de admirarla es por atrás.

Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

El siguiente pueblo negro es Serracín, posiblemente el más pequeño de los tres y en el que menos habitantes hay. Conserva varias casas en pie, algunas restauradas recientemente.



Pero el paso del tiempo hace mella sobre aquellas que están abondonadas. Empieza a derruirse poco a poco, primero parte del tejado, pero posteriormente termina cediendo todo ocupando el espacio del hogar.


 

Al final, queda una amalgama de piedra y madera en el lugar que un día fue la vivienda de una familia. 




Tristemente este mismo abandono también ha llegado a la iglesia de San Pedro, quedando poco más que la espadaña.




Y aunque Serracín se encuentra semi-abandonado es una gozada y a la vez una desdicha ver de primera mano lo que llegó a ser no hace mucho y cuyos restos han perdurardo hasta nuestros días, ver el proceso de deshumanización de estos pueblo. Tal vez en un futuro, cuando volvamos a mirar al campo se vuelvan a recuperar. O tal vez permanezcan en el olvido.



El último de los pueblos negros que nos queda es El Muyo, sin duda el que mejor conserva la arquitectura tradicional de la zona.  Casas contruidas prácticamente en su totalidad con pizarra, pequeñas ventanas formadas con cuatro maderas a sus lados , tejados de pizarra en los cuales se abren pequeñas ventanas triangulares y chimeneas formadas por láminas de pizarra dispuestas en horizontal.



Nosotros llegamos cuando ya era tarde, la nieve que quedaba se estaba fundiendo. Repiqueteaban continuamente las pequeñas gotas al caer al suelo, directamente sobre la piedra húmeda.




Todo ello sabiéndonos alejados de los otros pueblos y aldeas, viendo las cumbres y laderas todavía nevadas.




Echamos un último vistazo a la Sierra de Ayllón, hacia el sur, donde sabemos que se encuentran los otros pueblos negros, los de Guadalajara, con la idea de ir por allí en no mucho tiempo.



Es hora de marcharse como muchos otros ya lo han hecho en otras ocasiones. Para aquellos que permanecen, agradecerles que mantengan estos pueblos de la mejor manera posible, siempre conservando su espíritu, lejos, muy lejos de otros que se encontraban en la misma situación pero que decidieron transformarse en parques temáticos perdiendo parte de ese encanto que tenían.