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sábado, 29 de noviembre de 2014

Candelario y su tradición chacinera.

En una corta pero intensa excursión a finales del verano, fuimos por una de las zonas más bonitas de todo el Sistema Central, por sus entornos naturales y sus pueblos. De entre todos ellos hay uno que personalmente (pese a mi corta experiencia viajera) me parece no de los más bellos y pintorescos del país: Candelario.



Se trata de un pequeño pueblo serrano, situado en una de las laderas de la Sierra de Candelario, el cual sufre de un clima generalmente frío, donde frecuentemente nieva y además tienen días de vientos fríos y secos (salvo si llegan desde la Cuerda del Calvitero, ya que entonces son más húmedos). Así, nos encontramos antes un pueblo preparado para los rigores del invierno.



Todo ello es de vital importancia para el desarrollo de una de las producciones más importantes que ha tenido lugar en Candelario y por la que tan famosa ha sido, el de la chacinería. Se ha tratado de un sector familiar dentro del pueblo, el cual empezó para el propio consumo pero que finalmente se exportó a otras ciudades de la península.



Fue importante especialmente en el siglo XIX, ya que a principios del siglo XX empezó su decadencia. Por suerte, nos han llegado muchas de las casas que se utilizaban para todo el proceso de elaboración. Estas viviendas estaban especialmente diseñadas para el secado de los productos cárnicos. Para ello, utilizaban pequeñas ventanas situadas en el piso superior, las cuales estaban dispuestas a diferentes alturas de forma que al abrirlas o cerrarlas se generaran corrientes con el aire frío y seco típico de esta zona. A su vez, el humo de las cocinas se hacía subir hasta el secadero, actuando igualmente sobre los embutidos. Desde la matanza de los animales, el proceso de secado se prolongaba durante aproximadamente un año y medio, obteniéndose productos de alta calidad.

Vivienda típica de Candelario.

En estas construcciones, la segunda planta era utilizada como vivienda, mientras que la primera (la más baja) era utilizada para el proceso de fabricación, es decir, el picado, la mezcla y el embutido de los producto chacineros.



Salimos al exterior de las mismas, para lo cual primero cruzamos su puerta y posteriormente lo que en la localidad se conoce como batipuerta. En realidad se trata de uno de los elementos identificativos del lugar. Sobre la utilidad de las mismas, en la actualidad se manejan tres opciones, aunque seguramente servirían para todas ellas. Su peculiar diseño, a una altura media, permitiría abrir la puerta principal para conseguir una correcta aireación de la casa y a su vez impedir el paso de los animales a la misma.

Batipuerta.

También podría servir para que el matarife se situara en el interior mientras ataban al animal a sacrificar en el exterior, como sistema de seguridad durante el proceso. El último posible uso sería a modo de protección contra las inclemencias del tiempo, especialmente nieves y lluvias torrenciales.



Nieve y lluvias que nos llevan a los últimos elementos de importancia en Candelario. En primer lugar las regaderas que conducen las aguas de lluvia y deshielo a lo largo de sus calles principales, aguas cristalinas que seguramente tomarán un tono rojizo a partir de octubre por motivos que a estas alturas de la entrada ya imaginaremos. Cuando estuvimos nosotros, en pleno verano, bajaba poca agua, pero bajaba.

Regadera.

Además, son numerosas las fuentes que a día de hoy todavía nos encontramos por cada uno de los recovecos de Candelario, cada una de las cuales con su nombre y con su historia.




Entre fuentes y regaderas, el rumor del agua bajando nos acompaña durante nuestra visita, mientras admiramos las casas con sus balcones corridos, dinteles de granitos al igual que la sillería que se deja ver en las esquinas, el encalado de las fachadas, las tejas que cubren los flancos de algunas.




Como hemos ido viendo, se trata de un pueblo serrano de origen pastoril y ganadero, en el cual se preparaban (y preparan) muy buenos productos chacineros, especialmente chorizos. En Candelario no existen grandes casas solariegas ni impresionantes monumentos eclesiásticos. Su belleza la encontramos en sus propias calles, en su sencillez y adaptación al medio en el que se encuentra.




Aquí, los tres edificios que sobresalen son el ayuntamiento, edificio del siglo XIX. Cerca, en una preciosa plaza para mi gusto, se sitúa la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. 



Esta iglesia se empezó a construir en el siglo XIV, época de la que nos ha llegado el gran rosetón que corona la fachada. Sin embargo, tanto nave como torre del campanario han sufrido daños a lo largo de su historia, teniendo que reconstruirse ambas en una ocasión (la nave en el siglo XVIII y la torre a principios del siglo XX).



Sin embargo, el más propio para este pueblo serrano y el que le otorga una apariencia más bucólica, es la ermita del Santísimo Cristo del Refugio, también conocida como del Humilladero (siglo XVIII). Se sitúa en la parte más baja, allá donde confluyen las calles más importantes. Pequeña construcción, siguiendo los patrones de la arquitectura serrana de Candelario, con un pequeño porche y que incluso está rematada con tejas en la parte frontal bajo la espadaña.




Aquí terminamos la breve visita a Candelario, lugar que todo viajero debería conocer al menos una vez en su vida.






miércoles, 5 de noviembre de 2014

Tierras de Frontera: Ciudad Rodrigo.

Tras la visita de las localidades portuguesas de Castelo Mendo y de Almeida, ambas integrantes del proyecto turístico Aldeias Históricas de Portugal, regresamos a España. Exactamente a Ciudad Rodrigo, que por su distancia a la actual frontera, no fue un lugar tan importante en la disputa mantenida entre los reinos de Portugal y de León, aunque sí creció pensando que fuera una plaza importante para la defensa del reino de León en un primer momento, como demuestra su posición estratégica sobre el río Águeda y las murallas que protegen la ciudad.

Ventana de la catedral y Capilla de los Cerralbo.

Pero la vida en esta zona de Salamanca se remonta a muchos siglos antes, como atestiguan los restos dejado por el hombre desde al menos la Edad de Bronce. De épocas más recientes nos encontramos el verraco vetón situado junto al castillo, o las tres columnas de un templo romano situado a las afueras de la ciudad amurallada, o el término augustal. Desde esta época hasta la reconquista romana poco o nada se sabe.

Verraco vetón y castillo de Enrique II de Trastamara.

No es hasta la Edad Media cuando este promontorio situado junto al río Águeda empieza a tener mayor notoriedad. Según la bibliografía, hacia el año 1100, el conde Rodrigo González de Girón repuebla toda esta zona, perteneciente al reino de León. Años más tarde, en 1161, se empieza a construir la catedral y las murallas, dos de los más elementos más importantes de la ciudad. Así, en pocos años Ciudad Rodrigo pasa a ser sede episcopal.

Tramo de muralla, puerta de la Colada y castillo.

La catedral, de advocación a Santa María, se construyó entre los siglos XII y XIV (con añadidos posteriores), de forma que presenta como estilos más importantes el tardo-románico y el gótico.


Aunque existe un elemento de gran importancia que se construyó muy posteriormente, la Torre de Campanas, la cual data del siglo XVIII. Bajo ésta se sitúa el pórtico del Perdón o de la Gloria, siguiendo patrones neoclásicos.

Torre de las Campanas, en la plaza de Harrasti.
Pórtico del Perdón o de la Gloria.

En esta ocasión no accedimos a la catedral, pero sí la rodeamos, admirando su rica ornamentación e iconografía, especialmente de sus portadas. Son dos las más bellas, aunque un tanto asimétricas debido a los rosetones que se incluyeron posteriormente. En la cara norte se encuentra la portada del Enlosado o de las Amayuelas, mientras que en el sur veremos la portada de las Cadenas. En la primera el protagonismo se los llevan motivos florales y geométricos. En la de las Cadenas, la iconografía es más rica, con esculturas representando personajes del Antiguo Testamento. Más impresionante aun es la galería de 12 arcos que se abre sobre la portada, arco que ocupa igualmente una escultura de un personaje bíblico.

Portada de las Cadenas.

Aunque tendremos muchos otros elementos arquitectónicos y decorativos a observar: ventanas profusamente decoradas, rosetones, y también, para aquellos que se animen a adentrarse, las capillas, el coro o el claustro.




Las murallas abarcan todo el perímetro, incluso la zona más cercana al río. Sin embargo, observándola bién uno se da cuenta que hay dos partes diferenciadas, ya que la interior se construyó durante el siglo XII, mientras que ya en el siglo XVIII se levantó la exterior con sus baluartes. Justo en la parte de la ciudad que da al río no nos encontramos con esta muralla exterior, parte desde donde tendremos muy buenas vistas del Puente Antiguo.
Pero protegiendo esta parte de las murallas se sitúa el castillo de Enrique II de Trastamara, rey de Castilla, del año 1372.

Puente Antiguo y río Águeda.
Castillo de Enrique II de Trastamara.

Pese a contar con catedral, murallas e incluso el castillo de un rey de Castilla, la época de esplendor de la ciudad no llegaría hasta el siglo XV, en la época de los Reyes Católicos. Mencionar que Ciudad Rodrigo apoyó la causa de Isabel I de Castilla frente  a su sobrina Juana de Castilla por hacerse con el trono del reino. Esta etapa duró hasta el siglo XVI, durante la cual se establecieron varias casas nobiliarias en su casco urbano, además regresaron algunos judíos conversos desde Portugal.
De esta forma, son numerosas las casas solariegas, palacios, construcciones eclesiásticas y monumentos que existen en Ciudad Rodrigo, otorgándole mayor belleza a su casco antiguo.



La mayoría de palacios y casas siguen el estilo gótico o renacentista, en general con fachadas muy sobrias, con decoración en puertas y ventanas, además de los escudos nobiliarios de cada una. Tenemos la Casa de los Vázques, la Casa de la Cadena, la Casa de los Miranda, la Casa de los Miranda-Ocampo, entre otras muchas.
pero siempre hay algunas que destacan más que otras, como el Palacio de los Águila con su patio plateresco, o las dos situadas en la plaza del Conde, a saber el Palacio de los Condes de Alba de Yeltes, y el Palacio de los Ávila y Tiedra.

Palacio de los Águila
Palacio de los Condes de Alba de Yeltes (derecha) y Palacio de los Ávila y Tiedra (en frente).

Por su apariencia y belleza, destaca mucho para el turista el Palacio de la Marquesa de Cartago, con su balcón y decoración sobre puertas y ventanas. Sin embargo, éste se construyó en época más tardía, exactamente en el siglo XIX en estilo neogótico.

Palacio de la Marquesa de Cartago.

El último al que haré mención es la Casa del Primer Marqués de Cerralbo, construido también en el siglo XVI en el punto más céntrico de la ciudad, la Plaza Mayor. Espacio que comparte con otros edificio más sobrio, además de con la Antigua Audiencia. Actualmente es la zona comercial más importante del casco antiguo, y no es para menos ya que el conjunto lo merece. 

Casa del Primer Marqués de Cerralbo (derecha).


En la Plaza Mayor también se sitúa la Casa Consistorial (siglo XVI), de estilo renacentista, curioso edificio desde que en el siglo pasado le añadieron el ala derecha. Por suerte, siguieron los patrones ya establecidos en su fachada, con su balcón y porche cerrados con su arcos, además de las columnas situadas en ambos vértices.



Casa Consistorial.

Tener una catedral y numerosas casas nobles con sus palacios en aquella época invita al establecimiento de una comunidad religiosa de importancia, y con ellos nos llegan los edificios asociados a los mismos. Así, cerca de la catedral se sitúa el Seminario Diocesano de San Cayetano, y junto al Palacio de la Marquesa de Cartago nos encontramos el palacio episcopal.

Palacio Episcopal (a la izquierda).

Dentro de la muralla también nos encontramos con la iglesia de San Agustín, la iglesia de la Tercera Orden, el Convento de las Franciscanas Descalzas, el Hospital de la Pasión, y como elemento que me pareció más interesante para este conjunto, la iglesia de San Pedro-San Isidoro, del siglo XII y que conserva un curioso ábside románico mudéjar.

Iglesia de la Tercera Orden
Convento de las Franciscanas Descalzas.
Ábside la Iglesia de San Pedro-San Isidoro.

Entre los templos destaca uno próximo a la catedral, tal vez intentando hacerle sombra,  la capilla de los Cerralbo. El entonces cardenal Francisco Pacheco de Toledo, hijo del II Marqués de Cerralbo, intentaría construir una capilla mayor en la gírola de la catedral de Santa María. Ante la negativa para poder realizar esta obra, ideó esta capilla, que tiene más de gran mausoleo familiar (no en vano, en su interior se encuentra el mausoleo de los Cerralbo). Se empezaría a construir años después a su muerte, siguiendo el estilo herreriano, coronándose el conjunto con una gran cúpula. No fue hasta finales del siglo XVII cuando finalizaran las obras.

Capilla de los Cerralbo.

En extramuros son importantes las iglesias de San Andrés (románica) y de San Cristóbal, además de las ruinas del Convento de San Francisco.

Muchos de los edificios mencionados fueron dañados en una de las peores épocas que vivió Ciudad Rodrigo. Debido a su posición estratégica, jugó un importante papel durante la tercera invasión francesa a Portugal, ya que en el año 1810 fue asediada por el ejército francés durante aproximadamente tres semanas. Dos años después, con las tropas francesas en retirada, el ejército aliado asediaría la ciudad, recuperándola a los pocos días. En ambos asedios las murallas sufrieron daños considerables, y además se vieron afectadas la catedral como puede comprobarse en la Torre de las Campanas, o la capilla de los Cerralbo.


Quisiera realizar un inciso. No suelo hacer comentarios sobre los hoteles o restaurantes a los que voy, ya que este no es un blog dedicado a ello ni mucho menos. Sin embargo, en este caso bien lo merece. El viaje a esta zona fue un tanto precipitado, y acabamos en un hotelito ubicados en un antiguo molino de agua. Tiene unas vistas preciosas de parte de la ciudad, el río Águeda y al fondo, la sierra de Francia, especialmente al amanecer o al atardecer. Dado que estábamos junto a un bosque de ribera, no fue difícil ver oropéndolas y garza imperial. bonita avifauna. Además, dentro de la misma habitación se puede disfrutar de una fauna un tanto diferente: mosquitos y moscadornes (casi inevitable por la situación), arañitas y arañotas, pelusitas y reyes pelusa (con sus ácaros y todo) y tal vez otras cosillas y cosazas que haya sido preferible no ver. Así, que recomiendo que aquella gente pulcra y/o aprensiva, que prefiera no ver este tipo de fauna, y otras cosas, eviten un hotel situado en un molino de agua; para todos los demás, el lugar perfecto.





domingo, 8 de junio de 2014

Hayedo de la Pedrosa en primavera.

El pasado otoño, allá por el puente de Todos los Santos, estuvimos por suerte del destino en el Hayedo de la Pedrosa para contemplar el lugar y sus colores. Hice entrada de aquella visita (unas semanas después) diciendo que volveríamos el siguiente otoño un día de mejor luz, ya que cuando estuvimos estaba bastante nublado. En cambio, hay que reconocer que no hemos aguantado hasta entonces y ya a finales de mayo volvimos al lugar, en esta ocasión para ver el hayedo y su entorno con los colores vivos de la primavera.



La visita al entorno del hayedo comenzó al inicio del valle, cuando paramos junto a la carretera cerca de Riofrío de Riaza. No íbamos sólo con la intención de estar en el hayedo, si no de intentar ver también flora y fauna. Mientras íbamos en el coche nos llamaron la atención  unas flores de color morado que crecían en pequeños grupos. Se trataba de la averja o veza silvestre (Vicia cracca subsp tenuifolia o V.tenuifolia), cuyas flores atraían a algún que otro insecto como este abejorro.



En ese mismo lugar, y debido a la proximidad del río Riaza, también observamos varias mariposas, las cuales en general estaban bastante inmóviles (imagino que por las bajas temperaturas de la mañana). Las que mejor se comportaron fueron la blanquiverdosa meridional (Euchloe crameri) y especialmente la primera doncella que veía en mi vida.

Blanquiverdosa meridional.

Se trataba de varias doncellas de ondas rojas (Euphydrias aurina). En general imaginaba de mayor tamaño a estas mariposas, pero eso no quita que sigan siendo igualemnte bonitas.


Doncella de ondas rojas.

Además, en una pared rosa por la que fluía el agua crecían otras plantas agarradas a la propia piedra, como es el caso de las fresas silvestres (Fragaria vesca) o en zonas de poco sustrato como las arenarias (Arenaria montana).

Fresas silvestres.
Arenaria.

Y desde ese mismo punto ya veíamos nuestro destino principal, como manchas de un verde intenso y en forma de V. Además, justo encima sobresalían varios picos como la Peña La Silla o el Pico del Granero.



Seguimos subiendo por la carretera, viendo más flores, el embalse de Riofrío, el melojar con hojas cada vez más pequeñas y blancuzcas según íbamos ganando altura y al fin el hayedo. Sin embargo, todo ello, incluso el hayedo, lo dejamos atrás.



Fuimos hasta el propio Puerto de la Quesera, desde donde sabíamos que tendríamos unas buenas panorámicas, como ya comprobamos en otoño. En aquella estación los colores amarillentos, ocres, anaranjados, rojizos y marrones gobernaban en el valle, diferenciándose muy bien el hayedo y el melojar debido a sus tonalidades. En primavera todo está más verdes, pero igualmente de un tono más apagado el melojar que el hayedo. Además, alrededor del bosque y desde la lejanía, el matorral daba una tonalidad marrón al conjunto.



Sin embargo, desde más cerca se comprobaba que el marrón no era tal, si no que era rosa debido a las flores de los brezos. En fin, no era piorno como llegué a pensar cuando estuve allí en otoño.
Había gran cantidad de estos brezos de flores rosas y otros de flores blancas, los cuales no supe identificar. Todo ello contrastaba en gran medida con el verde oscuro del pinar que se asienta en la vertiente sur.



Continuamos andando por esa zona, con la vertiente sur a nuestra derecha y la norte a la izquierda, con con mejores vistas de la primera. Se veía el valle de la Quesera, con amplias extensiones de pinares. Aunque era más impresionante ver nevado el pico del Lobo, cumbre más alta de la Sierra de Ayllón. Hay que recordar que fuimos a finales de mayo, de forma que creo que se trataba de una nevada tardía ya que los días previos la climatología fue adversa con una bajada notable de las temperaturas.



También nos fijábamos, como no podía ser de otra forma, en las flores y en los pajarillos. Entre las primeras se seguían viendo arenarias, mientras que de los segundos conseguí ver carboneros garrapinos, piquituertos comunes y un acentor común se posó y cantó ante nosotros durante largo rato.

Arenaria.
Acentor común.

El objeto de ese pequeño paseo no era otra que ver el hayedo de la Pedrosa desde lo alto, como así fue. Además, a la vez nos encontrábamos a los tres protagonistas del lugar: pino, brezo y haya. Además, se veía como pequeñas hayas iban saliendo del límite de la gran masa que forma el hayedo. Esperamos por su bien (y por el nuestro)) que un bosque tan especia como este en el Sistema Central se mantenga o incluso se extienda.



Después de la comida, al fin nos adentramos en el bosque. No voy a decir que es más bonito e impresionante que en otoño porque mentiría, pero sí es igualmente bonito e impresionante y merece ser visitado.



Sin embargo, aquí, en el "sur" parece que únicamente nos acordamos de los hayedos y de los bosques en general cuando empieza a llegar el frío y los árboles se desprenden de sus hojas. De esta forma, tuvimos la suerte de que aquel día de finales de mayo estuviéramos solos disfrutando de aquel maravilloso lugar, todo belleza, frescura y tranquilidad.



En realidad este hayedo ya lo "conocéis" de mi anterior visita, con su arroyo y aquel acebo de gran porte, las hayas de menor o mayor tamaño creciendo a lo largo de la pedregosa ladera, y aquel canchal tan impresionante en el centro. Por ello, prefiero dejaros unas cuantas fotografías tomadas en esta ocasión, y si queréis, las podéis comparar con las del otoño pinchando AQUÍ. Desde mi punto de vista la primavera también le sienta bien, ni mejor ni peor.








Y si en noviembre veíamos setas y frutos, ahora el turno era para las flores. Por ejemplo, unas blancas y pequeñas crecían junto al musgo, aunque no las he sabido identificar. O unas rositas de un arbusto, similares a las del madroño, pero en este caso de fruto de mejor sabor ya que se trata de las flores del arándano (Vaccinium myrtillus).


Arándano común.

También recorrimos el tramo del hayedo que es atravesado por la carretera, ya que allí sería más fácil observar algunas flores. Fue el caso de las violetas (Viola spp.), las estrellas (Stellaria holostea), entre otras. Además, encontramos plantas de fresa silvestre, pero aún sin flor.

Violeta
Estrella.


Aunque nosotros íbamos más por la búsqueda de aquellos serbales de los cazadores (Sorbus aucuparia) que nos deleitaron con su colorido y sus frutos en nuestra anterior visita. En cambio, en primavera no eran tan llamativos e incluso costaba verlos. Por suerte, algunos nos mostraban sus flores en diferentes estados, desde prácticamente capullos hasta algunas ya marchitas.

Serbal de los cazadores.
Flores del serbal de los cazadores.

Terminamos esta entrada con dos promesas que nos lleva al mismo punto. La primera es ver estos hayucos en crecimiento una vez abiertos allá por el otoño.

Hayucos.

Y la segunda, un poco más complicada, intentar ver las primeras nieves de la temporada en lo alto de los picos, también allá por el otoño.