Se nos interponen dos senderos. El primero parece el equivocado, ya que sube y sube, y el agua siempre baja. Avanzamos por el otro, camino de hierba y rocío, alfombra de hojas y humedad. Nos adentra en un pequeño y agreste bosque de robles, castaños, acebos y helechos.
A cada pisada que damos sobre el manto del otoño el murmullo del agua se transforma en un estruendo, en el rugido de la naturaleza. Nos está esperando, nos aguarda para darnos la bienvenida.
Y...oooooh.
Este remanso de tranquilidad, conjunto de tradición y naturaleza nos ha hechizado. Quiere que permanezcamos más tiempo junto a él, no nos deja marchar. Quiere nuestra compañía, la de alguien que se acuerde él, que no le dejemos solo. No le abandonemos.
Nosotros no le olvidaremos nunca, y siempre querremos volver. Antes de marchar apesadumbrados, una última mirada a esta maravilla, y la promesa de que eternamente estará con nosotros.
Fotazas, para imaginarse allí...
ResponderEliminarCarlos, las fotos no son ni una millonésima parte del gozo de estar allí.
ResponderEliminarNo les hace el honor al lugar.
FOTAZAS
ResponderEliminarEs un sitio mágico. Debería quedarse congelado en el tiempo.
ResponderEliminarEn nuestras manos queda que siempre sea un lugar especial.
ResponderEliminar¡Impresionante!
ResponderEliminarEspero que dure así muchísimo tiempo.
Como dije anteriormente, depende de nosotros básicamente que así siga.
ResponderEliminarLa verdad es que es uno de los sitios más bellos a los que me han llevado.