lunes, 8 de diciembre de 2014

De otoño por Navarra.

Hace un par de fines de semana tuvimos que hacer un viaje ha Navarra. Por comodidad, la primera noche la pasamos en Pamplona, ya que al día siguiente tenía una obligación. Sin embargo, a partir de esa mañana empezaba la parte de placer de dicho viaje, dirigiéndonos hacia el valle de Baztán para pasar allí la noche y parte del día siguiente.



El recorrido desde Pamplona hasta Elizondo supone un cambio de paisajes bastante marcado, al pasar de la zona Media de Navarra a la zona Atlántica. Las grandes extensiones de bosques, especialmente hayedos, ganaban protagonismo. Estábamos a finales de noviembre, y supuestamente la gama cromática ya debería ser mucho menor, con predominio de los árboles totalmente desnudos. Sin embargo, no era así, habiendo muchos de diferentes tonalidades, desde el amarillento al rojizo.
Para mí aquello era un espectáculo, ya que no había visto tanto "otoño" junto. Como madrileño que soy, no tenemos el privilegio de disfrutar de ellos en nuestras sierras, teniendo melojares, y pequeñas manchas de hayedos (La Pedrosa, de Montejo y la Tejera Negra), castañares (El Tiemblo entre otros), o abedulares (dehesa bonita de Somosierra). Muchos de ellos son bosques relictos que tienen su interés por su rareza más que por su extensión. Así que comprenderéis, yo estaba hasta emocionado.

En este breve viaje, queriendo aprovecharlo al máximo, subimos un tramo corto del puerto de Artesiaga, el cual parte desde Irurita para llegar a la carretera de Eugi. Nos quedamos en la parte más modificada por el hombre, ya que seguramente a mayor altitud el bosque se vuelve más silvestre. 



En cualquier caso, admiramos el entorno rural de este valle, con sus árboles de ribera al fondo del mismo, caseríos y explotaciones de ganado ovino (de la raza productora de leche, Latxa, todas las que vimos de la variedad de cara negra).



Estas ovejas aprovechan los pastos que van subiendo por las laderas de las montañas, pastos que se ven interrumpidos a una altitud mayor por el hayedo. Ya en la cima, queda lo que me pareció matorral y pastos de montaña, seguramente utilizados durante el verano para la alimentación del ganado.



Pese a la mala luz, lo cual nos impedía ver muy bien el paisaje y a las grullas que estaban en paso migratorio, nos paramos un rato a hacer algunas fotografías que os muestro aquí.




Ese mismo fin de semana, abandonando el valle también a través de un puerto precioso con unas vistas impresionantes al norte con Francia y la costa Atlántica. Fuimos a Zugarramurdi, lugar donde la influencia oceánica se deja notar, con temperaturas medias algo más elevadas, e igualmente con muchas precipitaciones. Además, aquí los Pirineos dejan paso a un relieve bastante más llano.
La paleta cromática era más elevada, con árboles todavía de color verdoso mientras que otros estaban amarillentos o anaranjados, e incluso algunos ya sin hojas.




La variedad de cara rubia de la oveja Latxa también está presente en estos pastos, dando un queso muy, muy rico, el cual merece ser probado por los amantes de este productos lácteo.



 Volvemos al valle de Baztán, donde también se veían otras especies como castaños o el roble rojo americano. La última procede de la zona Atlántica de Norteamérica y es utilizada en el norte de España en silvicultura para realizar repoblaciones, además de como especie ornamental. Sus tonalidades del árbol son realmente bonitas, aunque es una pena que entre en competencia con las especies autóctonas de robles.

Hojas de roble rojo americano (Quercus rubra).
  
Recordando una entrada que puse el año pasado, sobre frutos del otoño, este año di con una especie que tenía ganas de volver a ver. Se trata del rusco (Ruscus aculeatus), muy común en el sotobosque de un arroyo en el que estuvimos. Sus bonitas y llamativas bayas de color rojo intenso y de mayor tamaño que otras, se han utilizado como decoración navideña. También, aunque poco, en medicina tradicional como vasoconstrictor y antiinflamatorio, aunque puede llegar a resultar tóxico para niños y mujeres embarazadas.

Rusco.




sábado, 29 de noviembre de 2014

Candelario y su tradición chacinera.

En una corta pero intensa excursión a finales del verano, fuimos por una de las zonas más bonitas de todo el Sistema Central, por sus entornos naturales y sus pueblos. De entre todos ellos hay uno que personalmente (pese a mi corta experiencia viajera) me parece no de los más bellos y pintorescos del país: Candelario.



Se trata de un pequeño pueblo serrano, situado en una de las laderas de la Sierra de Candelario, el cual sufre de un clima generalmente frío, donde frecuentemente nieva y además tienen días de vientos fríos y secos (salvo si llegan desde la Cuerda del Calvitero, ya que entonces son más húmedos). Así, nos encontramos antes un pueblo preparado para los rigores del invierno.



Todo ello es de vital importancia para el desarrollo de una de las producciones más importantes que ha tenido lugar en Candelario y por la que tan famosa ha sido, el de la chacinería. Se ha tratado de un sector familiar dentro del pueblo, el cual empezó para el propio consumo pero que finalmente se exportó a otras ciudades de la península.



Fue importante especialmente en el siglo XIX, ya que a principios del siglo XX empezó su decadencia. Por suerte, nos han llegado muchas de las casas que se utilizaban para todo el proceso de elaboración. Estas viviendas estaban especialmente diseñadas para el secado de los productos cárnicos. Para ello, utilizaban pequeñas ventanas situadas en el piso superior, las cuales estaban dispuestas a diferentes alturas de forma que al abrirlas o cerrarlas se generaran corrientes con el aire frío y seco típico de esta zona. A su vez, el humo de las cocinas se hacía subir hasta el secadero, actuando igualmente sobre los embutidos. Desde la matanza de los animales, el proceso de secado se prolongaba durante aproximadamente un año y medio, obteniéndose productos de alta calidad.

Vivienda típica de Candelario.

En estas construcciones, la segunda planta era utilizada como vivienda, mientras que la primera (la más baja) era utilizada para el proceso de fabricación, es decir, el picado, la mezcla y el embutido de los producto chacineros.



Salimos al exterior de las mismas, para lo cual primero cruzamos su puerta y posteriormente lo que en la localidad se conoce como batipuerta. En realidad se trata de uno de los elementos identificativos del lugar. Sobre la utilidad de las mismas, en la actualidad se manejan tres opciones, aunque seguramente servirían para todas ellas. Su peculiar diseño, a una altura media, permitiría abrir la puerta principal para conseguir una correcta aireación de la casa y a su vez impedir el paso de los animales a la misma.

Batipuerta.

También podría servir para que el matarife se situara en el interior mientras ataban al animal a sacrificar en el exterior, como sistema de seguridad durante el proceso. El último posible uso sería a modo de protección contra las inclemencias del tiempo, especialmente nieves y lluvias torrenciales.



Nieve y lluvias que nos llevan a los últimos elementos de importancia en Candelario. En primer lugar las regaderas que conducen las aguas de lluvia y deshielo a lo largo de sus calles principales, aguas cristalinas que seguramente tomarán un tono rojizo a partir de octubre por motivos que a estas alturas de la entrada ya imaginaremos. Cuando estuvimos nosotros, en pleno verano, bajaba poca agua, pero bajaba.

Regadera.

Además, son numerosas las fuentes que a día de hoy todavía nos encontramos por cada uno de los recovecos de Candelario, cada una de las cuales con su nombre y con su historia.




Entre fuentes y regaderas, el rumor del agua bajando nos acompaña durante nuestra visita, mientras admiramos las casas con sus balcones corridos, dinteles de granitos al igual que la sillería que se deja ver en las esquinas, el encalado de las fachadas, las tejas que cubren los flancos de algunas.




Como hemos ido viendo, se trata de un pueblo serrano de origen pastoril y ganadero, en el cual se preparaban (y preparan) muy buenos productos chacineros, especialmente chorizos. En Candelario no existen grandes casas solariegas ni impresionantes monumentos eclesiásticos. Su belleza la encontramos en sus propias calles, en su sencillez y adaptación al medio en el que se encuentra.




Aquí, los tres edificios que sobresalen son el ayuntamiento, edificio del siglo XIX. Cerca, en una preciosa plaza para mi gusto, se sitúa la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción. 



Esta iglesia se empezó a construir en el siglo XIV, época de la que nos ha llegado el gran rosetón que corona la fachada. Sin embargo, tanto nave como torre del campanario han sufrido daños a lo largo de su historia, teniendo que reconstruirse ambas en una ocasión (la nave en el siglo XVIII y la torre a principios del siglo XX).



Sin embargo, el más propio para este pueblo serrano y el que le otorga una apariencia más bucólica, es la ermita del Santísimo Cristo del Refugio, también conocida como del Humilladero (siglo XVIII). Se sitúa en la parte más baja, allá donde confluyen las calles más importantes. Pequeña construcción, siguiendo los patrones de la arquitectura serrana de Candelario, con un pequeño porche y que incluso está rematada con tejas en la parte frontal bajo la espadaña.




Aquí terminamos la breve visita a Candelario, lugar que todo viajero debería conocer al menos una vez en su vida.






miércoles, 26 de noviembre de 2014

Sierra del Rincón: Hayedo de Montejo y La Hiruela.

Hacia principios de octubre fuimos a uno de los lugares más conocidos de la Comunidad de Madrid, dentro de una de las sierras más desconocidas e inexploradas por los madrileños en general: la dehesa boyal del Hayedo de Montejo o "El Chaparral". El Hayedo de Montejo, junto a la dehesa boyal de Puebla de la Sierra, es zona núcleo de la Reserva de la Biosfera Sierra del Rincón.



Ambas zonas núcleo están rodeadas por diversas sierras y lomas, gracias a lo cual el impacto humano ha sido algo menos perceptible, aunque no inevitable a lo largo de los siglos. De hecho, como indica el nombre de ambas, se han utilizado tradicionalmente como dehesas boyales por parte de los lugareños, por lo que ambas han sido más o menos acondicionadas para el uso del ganado. Para ello, se eliminabas algunos árboles para que crecieran pastos, dejando los de mayor porte para que dieran sombra.



Sin embargo, este uso sostenible de la finca no fue la que hizo que se protegiera. Años de paso sin control hicieron que se llegara a hecho de restringir el paso a la misma ya que se estaba degradando paulatinamente al no existir un relevo generacional de las hayas. Fue en 1989 cuando el acceso se restringe, excepto para los montejanos los cuales pueden entrar libremente. Para el resto de personas, existen visitas guiadas bajo reserva previa (a través de la página web oficial se dan el 50% de las entradas, mientras que el resto son otorgadas presencialmente en el Centro de Recursos e Información Reserva de la Biosfera Sierra del Rincón).



Gracias a ello, este pequeño bosque relicto situado en el Sistema Central se va regenerando, siendo posible ver hayas de diferentes edades creciendo a la umbría, junto al río Jarama. Así, podemos ver árboles centenarios de gran porte, mientras que otros son más jóvenes (muchos de los cuales han ido creciendo justo desde la restricción del acceso) e incluso pequeños chirpiales de 1 año .





Debido a los chirpiales de las hayas, los cuales están formados por dos hojas y un pequeño tallo, se prohíbe explícitamente el abandono de los caminos. Éstos, al caérseles las hojas y ser cubiertos por el manto de hojas de los otros árboles durante el otoño, corren un gran peligro de ser pisoteados por los visitantes, de forma que se perdería ese ejemplar. Y teniendo en cuenta que no todos los años las hayas tienen hayucos, motivo de más para respetar esta norma tan básica.



Al principio mencioné que la dehesa boyal del Hayedo de Montejo era también conocida como "El Chaparral". Al menos por mi zona, un chaparral está formado por chaparros (Quercus coccifera) o por encinas (Quercus ilex), además de por el matorral acompañante. Aquí, no tenemos ni uno ni otro, si no que es el roble melojo (Quercus pyrenaica) el que recibe el nombre vernáculo de chaparro. Esta especie de árbol es la más importante de la finca, ocupando aproximadamente la mitad de la superficie, por lo que veremos tantos melojos como hayas. Las bellotas de estos árboles eran utilizadas para la alimentación del ganado, mientras que el hombre aprovechaba su madera especialmente para leña y carbón.



Nosotros fuimos al principio del otoño, y aunque el tiempo de por entonces parecía presagiar un otoño frío, lluvioso y temprano, no podíamos estar más lejos de la realidad. Aquello todavía estaba muy verde aunque poco a poco iban perdiendo el lustre de las hojas del verano. Únicamente los cerezos silvestres que crecían junto al río Jarama empezaban a mostrar colores amarillos y ocres.




Otras especies de interés de este bosque son el álamo temblón, el abedul común, el serbal de los cazadores, el mostajo, el manzano silvestre, el tejo (a mayor altitud) y dentro del bosque de hayas y cerca del agua, el bonito acebo.



Os dejo unas últimas fotografías que contrastan mucho con las que realicé hace un año a otro de los hayedos relictos del Sistema Central, el Hayedo de la Pedrosa en Segovia. Sólo nos queda por visitar el hayedo de la Tejera Negra, tal vez de aquí a unos meses.





En las Reservas de la Biosfera como esta de la Sierra del Rincón es tan importante la conservación de la biodiversidad como el desarrollo socioeconómico (sostenible). Por ello, nos acercamos a una de las cinco localidades que forman parte de la misma. Los municipios que integran la Reserva son Horcajuelo de la Sierra, Montejo de la Sierra, Prádena del Rincón, Puebla de la Sierra y La Hiruela. Nosotros fuimos a La Hiruela, que junto a Puebla de la Sierra, son los más reconocidos por su belleza.



La Hiruela se sitúa entre montes, en un intento de protegerse de los rigores del invierno. Su entramado original es bastante sencillo, dos calles que bajan hasta la plaza donde se sitúa la iglesia parroquial de San Miguel Arcángel (siglo XVIII, y actualmente siendo restaurada).




Las casas están construidas en pizarra, lo cual nos podría llevar a pensar en un parecido claro con otros pueblos de esta zona del Sistema Central (pueblos negros de Riaza y pueblos negros de Guadalajara).  En cambio, la tonalidad más clara de la piedra, además de una mayor altura de las casas (generalmente de dos plantas) y los tejados construidos con teja en lugar de pizarra, le da un toque distintivo a La Hiruela en particular y e los pueblos de la Reserva de la Biosfera en general.




En todo caso sí comparten algunos elementos arquitectónicos, además de la pizarra, como los marcos de puertas y ventanas de madera, además de las ventanas (los originales) de pequeño tamaño para protegerse del frío.




Como hemos podido ver en las fotografías, muchas de las casas han sido restauradas, dando un aspecto inmejorable al lugar, ya que conserva los elementos de la arquitectura típica de la zona, sin caer demasiado en un estilo más moderno e incluso excéntrico. 
Además, a las afueras del pueblo se puede ver una rica huerta de hortalizas y especialmente de frutales como el peral o el manzano. Algunas de éstas están enmarcadas dentro de los proyectos que se realizan en esta Reserva de la Biosfera.




El día que estuvimos estuvo lloviendo durante bastante rato, y amenazaba con más lluvia. El brillo del agua embellecía las calles, dándonos más ganas de volver en poco tiempo, tal vez a Puebla de la Sierra y su Dehesa Boyal, o a Horcajuelo de la Sierra.