Muy cerca de la ya conocida
Quinta de los Molinos y justo al lado del más moderno y visitado parque Juan Carlos I se encuentra el Parque de El Capricho.
Posiblemente se trate de uno de los jardines históricos más pequeños de la ciudad, y desde luego, uno de los más bellos de los que se pueden visitar en Madrid. Sin embargo, hasta no hace mucho era uno de los lugares más desconocidos, pero parece que los madrileños vamos saliendo de nuestro querido Retiro para ir conociendo otras zonas verdes de la capital.
Este parque comenzó a construirse a finales del siglo XVIII, impulsado por la Duquesa de Osuna, y finalizado a mediados del siglo XIX. Es decir, se ideó siguiendo los cánones del Romanticismo, con todos sus ideales.
Y como no podía ser de otra forma, sigue cumpliendo sus funciones, trasladándonos a otras épocas e incluso a los mundos imaginarios de sus creadores. Para ello, debemos pasar por la plaza de toros para que los Duelistas nos den las bienvenida.
Debemos seguir hacia el palacio, que se ve al fondo. Pero antes nos detendrán los emperadores, los cuales miran fíjamente, aunque con su mirada vacía, a la Exedra.
Al seguir por el Paseo nos encontramos con uno de los tres estilos clásicos de los jardines europeos, el parterre, con sus setos, fuentes y estanques en perfecta armonía.
Junto al parterre, el Palacio.
Sin embargo, mejor asomarnos a la barandilla del lado derecho para observar los jardines de estilo italiano y el laberinto. Actualmente cerrado al público, por lo que no podremos perdernos por allí. Una pena, desde luego.
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Emperador con el laberinto al fondo |
Pero ni los jardines de estilo francés ni de estilo italiano son los más bonitos ni interesantes de El Capricho. Desde el Palacio, a la izquierda, nos adentramos en el paisaje más inglés, caracterizado por sus amplias praderas con numerosos árboles sin un orden determinado y los numerosos
caprichos que por allí encontraremos.
No tardaremos mucho en observar la estampa más romántica, el templete a Baco, muy conocido por ser el dios del vino, pero también lo fue de la agricultura y del teatro.
Sentarse en su interior, en la embriagadora tranquilidad, y observar nuestro alrededor. Abajo el parterre y al lado contrario el obelisco a Saturno.
Hacia allí nos dirigiremos para encontrarnos con el elemento más importante, el agua. El agua, la primera vez que la veremos, rodea a una fortaleza que hacía las delicias en los juegos de los niños, e imagino que siendo la época que era, de los no tan niños.
Desde aquí, sólo tenemos que seguir el curso del agua hasta llegar al lago. En en este lugar donde se encuentra la mayor concentración de caprichos: la casa de las Cañas y el quiosco, la isla con su monumento o la montaña rusa, por ejemplo.
Recomiendo volver a parar aquí, bien observando a los patos del lago, o bien en alguno de los bancos o sobre el mismo césped bajo la sombra de los árboles.
Aunque a decir verdad, ya nos queda poco de este hermoso parque. Eso sí, antes hay que visitar dos de las edificaciones más singulares y representativas. Primero nos encontraremos con el Casino del Baile, donde nos sorprenderá el gran jabalí que aporta agua al conjunto de los canales y al lago.
Bajando hacia la entrada, la Casa de la Vieja nos recuerda el lado más bucólico de la aristocracia de la época, con su huerta, donde sobresalen las enormes calabazas.
Hasta aquí hemos hecho el recorrido más interesante del parque desde mi punto de vista. Pero como en cualquier otra zona verde, lo mejor es perderse para descubrir todos sus rincones, conocer cada una de sus plantas. Pero sobre todo, lo más recomendable es ir en cada una de las estaciones para verlo en todo su esplendor. A mí sólo me queda la primavera, espero que la mejor época.
Por último, agradecer a Mis Cosines (su blog se encuentra en la barra lateral) haberme facilitado algunas de las fotografías que aquí aparecen y el haberme dejado su cámara para hacer otras cuantas.