viernes, 14 de junio de 2013

Chinchón.

Si por algo es conocido el municipio madrileño de Chinchón, además de por su anís, es por su Plaza Mayor.
Plaza Mayor de arquitectura popular que se empezó a construir en el siglo XV y no se cerró completamente hasta dos siglos después.



Arquitectura popular que queda demostrada por su forma irregular, con edificaciones de tres plantas y esos balcones de madera pintada de verde que dan un toque tan especial a la plaza, una de las más conocidas de la Comunidad de Madrid.




La nota negativa para la imagen de esta centenaria plaza es el permiso para poder aparcar. Los coches y otros vehículos no hacen honor a la Plaza Mayor y rompen con la fantasía medieval que podría tener el turista al entrar en esta maravilla.



Pero Chinchón no es solo su plaza. En lo alto se encuentra la actual Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, construida poco a poco desde el siglo XV, destruida en parte por los franceses en el año 1808 en plena Guerra de la Independencia, y posteriormente restaurada de nuevo.



Tal vez a primera vista sobresale la torre del campanario, y todo pon no tener una. Pero la torre de este pueblo está muy cerca, se trata de la Torre del Reloj, perteneciente a la antigua y hoy desaparecida iglesia parroquial de Nuestra Señora de Gracia. Al igual que la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la iglesia parroquial fue destruida por los franceses en el año 1808, de la cual sólo quedó la torre que fue posteriormente restaurada.



Paseando por sus calles tal vez encontremos algún pequeño y bello rincón, aunque aviso de que no es lo más frecuente en este pueblo.



Para terminar, otro edificio histórico, que actualmente está abandonado, es el Castillo de los Condes, desde el cual se tiene una muy buena panorámica no sólo de Chinchón, si no del páramo e incluso se llega a divisar Madrid al fondo.






viernes, 7 de junio de 2013

Las Tablas de Daimiel y su entorno.

Si no he perdido la cuenta, esta es nuestra quinta visita al Parque Nacional de las Tablas de Daimiel (y cuarta entrada en este blog) y la primera vez que vamos en fechas tan próximas al verano, con lo que ello supone.



Y no, no es que faltara agua, sino todo lo contrario tras un invierno e inicio de primavera tan lluviosos que han hecho subir los niveles de agua del acuífero y aumentar el caudal de los rios Cigüela y Guadiana, que tienen en este punto de Ciudad Real su confluencia. En nuestra anterior visita, a mediados de marzo, el nivel del agua ya era alto, como nunca habíamos visto aquello, pero en esta ocasión lo superaba.



Además, al contrario que en marzo, el día era soleado, con una luz espectacular que permitía que aquello estuviera todavía más vivo gracias a los reflejos del agua por un lado, y el verde del carrizo y de las eneas por otro.



Carrizo y eneas en el que se escondían los ruidosos carriceros comúnes, algún avetorillo y las garzas imperiales, casi imposible de encontrar tras tanta vegetación pese a su cercanía.

Carricero común.

Más fácil de ver eran las aves actuáticas, como el pequeño zampullín común, el pato colorado (posiblemente nuestro ánade más simbólico), la amenazada cerceta pardilla o los más frecuentes somormujo lavanco o porrón europeo.

Zampullín común.

Somormujo lavanco.

Y en los cielos siempre pasando las garcillas bueyeras, las garcetas comúnes y los aguiluchos laguneros.

Sin embargo, el punto malo fue la gran afluencia de excursionistas, pero no hay que olvidar que tienen todo el derecho a visitar este Parque Nacional (y además como motor económico que esperemos que permita conservar este particular entorno de la Mancha). Aunque creo que deberían tener unas nociones básicas sobre "saber estar en la naturaleza", ya que ni es un zoológico ni un centro comercial (tal vez algún folleto o cartel indicando algunas medidas a la entrada no estaría mal).

Justo antes de la llegada de la gente, tranquilidad.

En cambio tenemos una buena noticia, conocida hace unas semanas. Consiste en la propuesta de ampliación del Parque. Entre otros parajes naturales parece que se incluriá la dehesa que sirve de dormidero a las grullas que deciden invernar en el entorno de las Tablas de Daimiel (para más información pinchar AQUÍ).
Aunque en realidad yo incluiría mucho más el entorno, pues los campos cercanos dedicados al cultivo de la vid y del cereal. Bien serían merecedores de ser conservados (de forma sostenible con el acuífero).



Continuando con nuestro día, con tanta gente como había y antes la casi total imposibilidad de ver a determinadas especies de aves decidimos ir a un lugar cercano, a la laguna de Navaseca. Se trata de una laguna creada a partir de las aguas procedentes de la depuradora de Daimiel. No tan bonitas como las Tablas, pero sí mucho más tranquilas al ser tan desconocidas por el público en general.

Flamencos, focha al fondo y porrón europeo en primer plano.

Y mereció salirse de los límites, sólo por disfrutar la tranquilidad, la casi total soledad. Tranquilidad que sólo se veía interrumpida por las gaviotas reidoras que allí nidifican, y soledad que no es tal gracias a la presencia de los flamencos, de las numerosas malvasías cabeciblancas, de los zampullines cuellinegros con sus pollos, y de las diferentes limícolas como las cigüeñuelas, la avoceta y el archibebe común. E incluso nos sorprendió un grupo de 13 ánsares comunes...a saber qué harán todavía por aquí.

Flamencos, gaviota reidora y azulón.
Cigüeñuela común.
Ánsares comunes, flamencos y gaviotas reidoras.

Pero lo más ilusionante, al menos para mí, fueron los fumareles cariblanco y común, y de nuevo, el avistamiento de los avetorillos (llegamos a observar hasta 4), entre otras aves.

Fumarel cariblanco.

Para termina rel día, y como nos pillaba de camino fuimos al complejo lagunar de Alcázar de San Juan. Ya estaba atardeciendo, pero nos dio tiempo a ver más flamencos y malvasías cabeciblancas, y posiblemente disfrutamos de uno de los momentos más entrañables de nuestras salidas al ver a un adulto de calamón común dando de comer a su polluelo.

Flamencos.
Hembra de malvasía cabeciblanca.

En fin, nos despedimos con la sensación de haber encontrado un pequeño paraíso de tranquilidad al que querremos volver. Ojalá se siga conservando así durante mucho, mucho tiempo.